abril 12, 2014

Un día en La Corte de Dios


‘‘Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.’’ (Daniel 7:10)


Esta es la escena del Gran Juicio Final. La convocatoria universal que hará El Señor para juzgar a cada uno conforme a sus obras. (Eclesiastés 12:14; Apoc. 20: 11-12; 2 Cor. 2:10; Rom. 14: 10; Mateo 16:25).

Nadie estará ausente por ninguna razón. El tiempo de encarar la consecuencia de cada acto habrá llegado. Es hora de que el pecado sea juzgado allí donde se encuentre escondido, disfrazado o claramente visible. Es el día cuando la Justicia de Dios será satisfecha y los malvados condenados para siempre.  Ya el tiempo de arrepentimiento habrá pasado, todos los plazos estarán vencidos y no hay prórroga contemplada. Aunque toda rodilla estará  literalmente doblada y toda lengua confesando que Jesús es el Señor, no hay marcha atrás.


¡Es el día grande de Jehová!

La escena vista por al profeta Daniel es como sigue: Cristo, el Juez se sienta en su trono y abre los libros. Millares de millares le sirven, esto es,  forman parte de la Corte Celestial lo cual puede referirse a los ángeles y al pueblo redimido por el Cordero. Millones de millones asisten delante de Él. Estos últimos representan a la humanidad perdida.  Allí, asistidos del mismo abogado que tuvieron mientras vivieron en la tierra (Su propio razonamiento), intentarán defenderse pero todo argumento será en vano. Observe lo que dirán: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mateo 7:23-24). ‘‘Sus pecados los habrán alcanzado y condenado para siempre.’’ (Números 32:23).
Mientras los impíos son lanzados al lago de fuego, los cristianos son invitados por el mismo Juez de esta manera: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. (Mateo 25:34). ¿Y por qué reciben estos un trato tan distinguido?  ¿Acaso no pecaron como el resto de la humanidad? Sí, pecaron igualmente. Entonces, ¿no debía el Juez justo condenarlos igualmente como hizo con los otros?  No, ¡jamás! ¿Por qué no? 

La razón de que estos sean tratados de una forma tan bendita es porque a diferencia de los condenados, sus pecados fueron totalmente juzgados y pagados por el mismo Juez cuando bebió la copa amarga de la ira de Dios por ellos en la cruz del Calvario. Ellos no serán condenados jamás porque el mismo Juez fue culpado y  condenado en su lugar. Sí, ellos igual que los demás debían morir por cuanto habían pecado y dice la Escritura: "Porque la paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23). Pero Cristo, quien es el Juez, murió por ellos. De esa manera la justicia de Dios fue satisfecha plenamente por sus maldades  y son declarados inocentes, limpios y aceptos delante de Dios.

¿Y cómo vinieron a ser tan dichosos?  Porque mientras vivieron en la tierra fueron gratuitamente justificados por medio de la fe en Jesús, le siguieron, testificaron de Él, le confesaron como su Señor y Salvador y les dio su Justicia.

                                         ¡A Cristo sea la Gloria!

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